La connotación que tiene una inocente y simple invitación a un café, la vine aprendiendo hace poco. Quizás es muy “Sheldon Cooper” de mi parte, pero siempre me he tomado una taza de café como una efectiva taza de café.
Pero resulta que no, muchas veces una invitación (aunque no siempre) conlleva una muestra de interés romántico en quien la emite. Y nos los juzgo ah, pues en un contexto cultural en que se espera de manera tradicional que el caballero busque a la damita, son pocos los campos de acción en que los hombres no se ven completamente expuestos; entonces, disfrazar las intenciones en una taza de café parece viable. Además que en el reciente mundo de friendzoneados y friendzoneadoras, todo se hace más confuso y complicado, siendo que al final eso es lo que menos que tienen que ser estas cosas.
Está connotación le juega en contra a la noble y revitalizadora taza de cafeína, que no tiene nada de culpa. Ella simplemente está ahí, en la espera de curar los bostezos de quienes acudimos a ella.
Entonces, meditando sobre los inicios de las relaciones (un tema que en lo personal me apasiona; pareja que conozco les pregunto como se conocieron, pues suelen surgir de allí historias muy entretenidas), es cierto, muchas buenas relaciones se iniciaron por una taza de café, pero muchas más por cosas como accidentes,amigos en común o como en el caso de mis papás, por un cuaderno prestado.
Por lo mismo, les propongo que le saquemos las connotaciones a estas invitaciones, y que una invitación a un café sea simplemente eso; una invitación a un café. Y que lo que surja o deje de surgir después de eso, se lo deje al tiempo. Pues así, al final, le sacamos un peso de encima a los pobres hombres, quienes se ven desfavorecidos en este escenario tan tradicional, con claros tintes de machismo.
O siempre queda el invitar a una taza de té verde o rooibos, que hasta lo que yo sé, aún no tienen connotación alguna…