Para quienes se encuentran en edad escolar, deben estar próximos o ya en época de vacaciones, por lo que el tiempo libre del los niños se dispara, y son los padres quienes se auto-saturan con satisfacerles la «necesidad» de entretenimiento; eso, o la posibilidad de dejarlos ante el televisor gran parte del día. Aquí es donde empieza todo.
La publicidad ha evolucionado de tal modo, que abarca áreas inimaginables, de modo que nos involucra a niveles que, sin necesariamente comprar el producto en cuestión, somos participes del mensaje o el estereotipo mostrado.
La psicología ha jugado con los más pequeños, bombardeándolos de imágenes, que inconscientemente, gestan una demanda sin punto de origen más un cuerpo tan amorfo, que no se puede deshacer fácilmente con un «no». Imágenes con colores vivos, con historias emocionantes, niños del primer mundo jugando con productos fabricados por otros niños esclavos tercermundistas, e incluso series animadas que son antesala de la publicidad misma; la suma de todos elementos le dan al infante una imagen tan sublime del producto, que imagina que podrá ser feliz como los actores que parecen en el televisor, simplemente teniendo el juguete en las manos, o que podrá tener más amigos, o podrá volar o transportarse a mundos mágicos, sin entender el porqué. Y si no es la publicidad explicita la que genera el deseo, el entorno los influye a comprar esos productos del deseo: ver a los amigos con los juguetes, y verlos presuntamente felices les genera una envidia inconsciente, y por consiguiente, el deseo se gesta. Son mentes que están en formación, que absorben todo como una esponja, y que les enseñan a ser unos compradores en potencia. Además, el mensaje es tan seductor, que incluso los padres lo reciben e interpretan tal como las agencias y corporaciones lo desean.
Adultos, con el afán de ver a sus hijos felices, y/o con el «eslogan» en la frente «mi hijo tendrá todo lo que yo no tuve por el infortunio de mis padres», acceden a satisfacer cada uno de los deseos de los pequeños, a costa de endeudarse a largo plazo y rendirse a ser eternos benefactores de los potenciales consumistas. El mensaje también es tentador para ellos; la felicidad y distracción fácil les hace pensar que la mejor inversión que pueden hacer es dejarlos a merced de aquellos artefactos, que «estimularán la mente de su hijo» o darán «horas de acción» a cambio de demostración de afecto y preocupación. Sumado a ello, en el estigma de querer «el pasto más verde que el vecino», el juguete inerte ya no es suficiente, entonces debe tener luces, sonido, colores tan vivos, que los más tentados son los adultos por sobre los infantes; en el caso del niño de 2 o 3 años no entenderá que hace una pistola que grita «fire, fire!» o unas figuras que «vencen el mal» a punta de violencia excesiva, y simplemente se limitará a ver las extraña luces, o verlos destruirse luego aplicarles una fuerza desmedida.
¿Lo lo entendió? ¿O no me cree?
Del documental «The Corporation«
Entonces ¿Que regalar? Simplemente regale algo más propio que el dinero: dele un día de compañía, un día de consejo, un día de cariño. Si está en una edad suficiente, cuando sea adulto el niño de hoy entenderá y apreciará los instantes en que los padres les conversaron algo importante, o se le instruyó algún sentimiento o apreciación nueva hacia un alguien o algo, el que descubra cual es su potencial artístico o de otro tipo, es el mayor regalo que un padre puede hacer. Por otro lado, este no se lamentará de haber criado mal a sus hijos y su propio pasto -asóciese a orgullo propio- será más verde que el del vecino. Sin embargo, siempre habrá dinero intermediario en todo esto, por lo que lo más importante es crear el equilibro perfecto entre hacer presencia y hacer «presencia presente» (como lo dijo Coco Legrand).
Feliz día niños. Saludo aparte a los niños aun de mente.