No somos todos iguales

Así es, no somos todos iguales.

¿Se ha preguntado vd. por qué hace lo que hace? ¿Por qué trabaja en la empresa A y no en la empresa B? ¿Por qué vive donde vive? ¿Por qué hay lugares que no frecuenta, mientras en otros pasa buena parte de su semana? La respuesta a estas preguntas es simple: usted está, como es de esperarse, diferenciándose del resto. Las personas lo hacen, todos lo hacemos. Está vd. intentado hacer algo distinto que el de al lado, intentando destacarse entre su pares, ser un referente en su área o simplemente, y en última instancia, ser y hacer lo que usted desea.

Esto no he de extrañarnos. Y mucho menos debe de ser motivo de escozor, pudor o vergüenza. Las personas son, intrínsecamente, diferentes. No sólo lo son, sino que buscan serlo en cada momento y lugar. Aprovechamos cada instancia que tenemos para hacernos, aunque a algunos les baste con sólo parecer, diferentes al resto. A ese resto homogéneo que poco y nada entiende de lo necesaria que es la diferenciación entre las personas.

¿Es dios un pulpo?

Pareciera ser que sí. Y uno con muchas, pero muchas manos. La siguiente es la típica frasesita cliché que sale a flote cada vez que se intenta hacer notar que somos todos iguales:

Estamos todos hechos con la mano de dios.

Misma frase que me hace pensar en que dios es un pulpo con manos. Con infinitas manos que utiliza una por vez para crearnos, de manera que, nos crea todos y cada uno de nosotros de manera única, provocando con ello, que seamos todos diferentes.

Flaites, cuicos y levantados de raja

Tal como comenté en De flaites, cuicos y levantados de raja estos tres términos son muy típicos de la idiosincracia chilena y dicen directa relación con el acto que día a día voluntaria o involuntariamente hacemos para diferenciarnos del resto; de ser distintos. Cuando tratamos al otro de flaite, de cuico o  de levantado de raja, hay en ello un dejo peyorativo en la acción, además, por supuesto, de un intento desesperado por marcar territorio, por marcar diferencia y por vernos diferente al otro. Por delimitar dónde termina mi espacio y por aclarar dónde es que comienza el tuyo.

Así las cosas, debemos saber convivir con la diversidad, asumiéndola como tal. Debemos ser capaces, a la vez, de hablar de diferenciación sin pelos en la lengua y, sin asco, hacernos diferentes los unos de los otros.

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