Y esa señora ¿dónde dejó su natalidad?
Eso fue lo que me preguntó mi sobrina —de diez años de edad— al ver en la televisión una de aquellas clásicas crónicas —muchas veces forzadamente— insertada en el noticiero nacional que trataba sobre las condiciones, oportunidades, anhelos y expectativas de personas y familias pobres, en la cual se comentaban los alcances que tenía en cotidianidad el hecho de tener seis hijos y estar esperando un séptimo en la más paupérrima de las pobreza.
Esta situación me hizo pensar en dos cosas: en mi sobrina y en Chile.
Mi sobrina: claramente la gramática de la pregunta no es la mejor, pero destácola al provenir de una niña que aprendió a leer hace no más de 5 años y que todavía tiene dificultad con las tablas de multiplicar. La naturalidad con la que lo dijo y la elocuencia en sus palabras me abrumó pero, a su vez, me contentó, «ya está grande» me dije, «se da cuenta de cómo son realmente las cosas», pensé. Pero que mi sobrina notara esa realidad con esa elocuencia denota, más que desarrollo cognitivo, un problema país.
Chile: ya, ya, todos sabemos que Chile es parte de la OCDE, que estamos ad portas de superar un GDP de 20.000USD per capita anual y que somos, por lejos, la economía más estable y consistente de la región. Pero todos sabemos, también, que desde hace años Chile es, sino, el país más desigual del mundo, peleando siempre el primer lugar de desigualdad en cuanto ranking a este propósito se publique.
La situación que no queda clara es ese eufemístico uso del término «clase media», esa distinción socioeconómica que te dice no estar arriba, pero tampoco abajo y que históricamente ha sido concebida como estado, mas no como transición. La «clase media» es por esencia aquella transición que, con el pasar de las generaciones en un grupo familiar, le permite a éste superar limitaciones y condiciones propias —y derivadas— de la pobreza. Es ese proceso que puede durar sólo algunos años o quizás 2, 4 o 6 generaciones pero que, de todos modos, permitirá a los individuos y familias acceder a justicia, más y mejores oportunidades laborales, salud y educación de calidad y, por sobretodo, certidumbre respecto de su futuro, con todas las garantía que ello supone.
En resumen, una vez terminado el paso a través de esta transición, todo el grupo familiar se ve beneficiado, se tiene acceso de mejor, mayor y/o más rápidamente a aquello que nunca antes se tuvo pero que siempre se deseó.
Así la cosas, la gente o las familias no son de «clase media». Vd. está pasando por la «clase media», pasando por la transición. Su familia está circulando por la «clase media», de manera circunstancial, de manera temporal. Pero, téngalo claro, ni vd. ni su familia SON de «clase media». Transición, no estado.
Entendido esto, podemos continuar con el caso particular de la mujer de los seis hijos y el embarazo en curso. Sucede que ella está abajo. Y muy abajo. Sucede que a aquellos que están abajo, particularmente esta mujer que sola cuida de sus hijos, le queda por transitar toda la «clase media» que supone el legítimo anhelo de desear pasar de estar abajo a estar arriba, de llegar a aquella «estabilidad», «sueño-americano», «casa-propia-y-sueldo-digno» o como quiera vd. llamarle. Pero no, siendo así las cosas, y estando muy clara la situación chilena, ella tuvo a su primer hijo, y al segundo, luego al tercero, y así sucesivamente hasta el sexto, luego del cuál se embarazó de un séptimo.
Entonces, ¿de quién es la culpa? De Perogrullo, pero hijos pobres provienen de familias pobres. Así, situaciones como la de esta mujer —que dicho sea de paso, se multiplican por miles y decenas de miles en nuestro país—poco y nada aportan a la disminución de la brecha socio-económica en Chile, la cual es sabido podría disminuirse drásticamente a través de intervenciones gubernamentales en educación, pero respecto de cuales se sabe, se ha hecho nada durante las últimas décadas. Si a esta omisión estatal le sumamos el aporte de niños pobres por parte de madres pobres y sin aquella educación esperada que sabemos nadie entrega, logramos el cocktail perfecto que nos lleva sin más al no-desarrollo de Chile sin importar cuánto esfuerzo se invierta en ello.
Y entonces, mientras siguen naciendo cientos y miles de niños en la pobreza, con la enorme responsabilidad que pasar y superar aquella transición —encubierta por el eufemismo «clase media»— supone, todos se preguntan cuándo Chile será desarrollado o cuándo llegará a tener los estándares —en términos de calidad de vida— de países escandinavos.
El ejemplo de China —con una población estimada aproximada de 1.351 millones de habitantes para enero de 2014, según el Banco Mundial— es icónico. En el «monstruo asiático» se restringen a las parejas sus posibilidades de procrear deliberadamente a través de la política del hijo único, la cual supone, en términos generales, multas o pagos sobre la renta de las familias que tengan dos o más hijos. Todo, como mecanismo de freno ante la superpoblación que hace años claramente se vive en China. Entonces me pregunto, si en China existen métodos de control de natalidad a modo de compensación a su densidad poblacional ¿por qué en Chile no se implementan mecanismos equivalentes como herramienta paliativa a la desigualdad y la pobreza? ¿por qué se cree que este aspecto no pesa al momento de medir el desarrollo de un nación? ¿de verdad queremos llegar a vivir con estándares nórdicos teniendo tasas de natalidad —en personas en situación de pobreza en el país más desigual del planeta— de países africanos?