Cuando éramos lactantes y aún estábamos adquiriendo el uso de razón, nuestros progenitores o quizás el entorno mismo nos rodeaba de cancioncillas que hablaban de cosas livianas o sin sentido definido, estaban hechas para hacernos sonreír o bailar al unísono con una pieza de compases redundantes y letras escasas de contenido. Pero pocos se han dado un tiempo para hacer una simple relectura a aquellas letras y ver, en realidad, de qué trata el embrollo, por qué una canción inocente –en apariencia– resulta ser todo lo contrario.