Repasando canciones infantiles

Cuando éramos lactantes y aún estábamos adquiriendo el uso de razón, nuestros progenitores o quizás el entorno mismo nos rodeaba de cancioncillas que hablaban de cosas livianas o sin sentido definido, estaban hechas para hacernos sonreír o bailar al unísono con una pieza de compases redundantes y letras escasas de contenido. Pero pocos se han dado un tiempo para hacer una simple relectura a aquellas letras y ver, en realidad, de qué trata el embrollo, por qué una canción inocente –en apariencia– resulta ser todo lo contrario.

Aquella melodía que en su letra dice “Alicia va en el coche, carolín” y que probablemente fue protagonista de muchas rondas tomados de otros niños de la mano, todos con una sonrisa en sus caras, hablaba de un coche fúnebre. Alicia iba muerta, y la llevan a un cementerio para que se le efectúe un funeral. Y así, muchas de las canciones que solíamos oír en aquellos entonces, en realidad traen un mensaje entremedio que, en algunos casos, llega a asustar.

Caballito Blanco. Canción de cuna por excelencia, ¿la habrá inventado algún clasista? Habla de un niño que vive lejos de su pueblo natal, alardeando de sus posesiones materiales a algún otro sujeto en el siguiente verso y los que le suceden. “tengo, tengo, tengo, tú no tienes nada”. ¿Sigue siendo igual de inocente que antaño?

Bien pues, así podría continuar. Tomemos ahora la canción de los tres chanchitos, notoriamente más corta que las anteriores, pero sin dejar de tener su sentido semioculto. La letra narra la historia de tres cerdos que salen de su hogar sin autorización parental, obteniendo como resultado que el más querido de ellos muere asesinado a manos de un lobo. Un niño probablemente no se haya percatado de lo macabro del asunto –y no lo digo sólo por el asesinato, que podría ser lo más notorio, también el hecho de que hubiera preferencia para uno de los tres hijos cuenta–, pero quizás aquel adulto que la cantaba sí pudo hallarlo. ¿Por qué no le sonó raro, entonces?

La respuesta está en la melodía, son compases dulces, construidos para resultar agradables al oído de las personas, no importando el contenido de la letra. Eso hace que la letra sólo pase a ser un complemento de la melodía, y no al revés como es la mayoría de los casos.

En la cumbia pasa un fenómeno similar. Aquel género musical cuyas piezas musicales suelen bailarse para las festividades de término de año también tienen un sentido lejano al ritmo y la alegría que inspiran. Una de estas melodías recita en uno de sus versos: “Pobre caminante, que cansado va, pobre caminante, ay, que triste está” y sin embargo, la gente baila alegre, ignorando el sentido de la letra. Recordemos que el personaje que se inmortaliza en este verso emprende rumbo para buscar a su enamorada, sufriendo los embates del camino.

Si tuviéramos que refugiar una letra con un mensaje triste, macabro, malo, et cetĕra, pareciera ser que el recurso indicado es utilizar una melodía que inspire alegría. Sin duda, abortar líricas negativas con ritmos contrarios al sentido de ésta produce resultados sorprendentes.

Y ahora, dígame usted, ¿Alguna vez se había percatado de esto?

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