Lo sé… es tarde, pero no puedo conciliar el sueño. El temor me abruma por completo y haga lo que haga me resulta imposible de eliminar.
Los débiles y níveos rayos lunares se cuelan por mi ventana e impactan de lleno en mis ojos atemorizados. Este escenario hace aun más tétrico lo que está por ocurrir.
Mi alma pide a gritos que no ocurra, pero lo escucho. Escucho el aullido típico de él. Cautelosa, y rogando a que todo sea una mala pasada de mi imaginación, me acerqué a la ventana. Ahí estaba. Como cada noche se hacía presente frente a mi ventana. Asustada, intenté esconderme, sin embargo, fue tarde. Sus ojos intimidantes a más no poder se clavaron mi mirada de temor. Pareciera que con sólo escrutar mis ojos leyera cada pensamiento que pasaba por mi cabeza.
Así, elegantemente comenzó a acercarse a mí, pero el cristal de la ventana lo detuvo. Gracias a esto me sentí más segura y me permití moverme. Comencé a retroceder. Un paso después de otro, lentamente.
Mas, de un momento a otro él se irguió en sus dos patas traseras y fui incapaz de moverme si quiera un poco. Sus afiladas garras iniciaron una extraña y violenta pelea con el cristal, dejando huellas de su estadía allí. Ya abrumada por el temor intenté escapar, pero para mi desgracia un objeto en el suelo provocó mi estrepitosa caída.
Comenzaba a transpirar. Sentía que mis manos se hacían agua en un abrir y cerrar de ojos. Intentado tomar valor de donde no lo había, me atreví a ver a mi visitante, y lo que vi me quitó el aliento e hizo palidecer mi rostro; misteriosamente se las había arreglado para ingresar a mi habitación.
Temiendo lo peor cubrí mi cabeza bajo mis brazos, esperando su ataque inminente…un ataque que no llegó. Desconcertada, descubrí mi cabeza y lentamente despegué mis párpados. Me encontré recostada en mi cama, como si nada hubiese ocurrido. Un sueño. Un sueño fue la única explicación que pasó por mi cabeza para argumentar la transpiración en mi frente y mi respiración agitada.
Ya con la calma recuperada, me permití mirar a la luna que brillaba sin reserva en lo alto del cielo nocturno, sin embargo, algo llamó mi total atención. Una serie de extraños rasguños se presentaban en el cristal de mi ventana. Rasguños que probaban que él estuvo aquí.