Melancolía

Es un día de lluvia en el centro de la ciudad y Alfonso sale raudo de su lugar de trabajo para dirigirse a su hogar. El frío se apodera de las calles, intentando penetrar por las bufandas, guantes y abrigos de la gente que a horas de la tarde transita con un rumbo pero sin un destino. Todo parece marchar bien en la ciudad, las personas en las cafeterías disfrutan de un tentempié mientras otros mantienen conversaciones con un teléfono celular, pero nada de lo rutinario pareciera sorprenderle ya.

Un ruido de un acordeón suena a lo lejos, por una de las calles cuyo camino desaparece entre mares de gente y humo de cigarrillo. Sin más que hacer, Alfonso sale en búsqueda de aquella melodía, olvidando por momentos su destino inicial. Algo en la música le parece familiar, mas no consigue recordar en qué lugar la oyó por vez primera. Pareciera sumergirse entre olas humanas contaminadas por el estrés y la ansiedad de moverse mientras su mente se ocupa de brindarle recuerdos, armonizados por el sonido de aquel acordeón a cuya búsqueda salió.

La gente le resulta indiferente, todos están enfocados en una tarea y poco interés tienen en lo que pasa en el entorno. En el camino pudo haber visto a un delincuente actuando en contra de una mujer indefensa, o bien algo de dinero depositado en el piso a merced de quien decida tomarlo, pero no le hace caso. Ambiciona un destino y pareciera no estar pensando en cualquier cosa.

En un momento, Alfonso está con su hermano Manuel en el patio de una casa. Allí vivía cuando era pequeño, cuando la única ocupación que tenía era no aburrirse, cuando con un poco de dinero comprabas toneladas de dulce. Cuando las preocupaciones no tenían lugar en la mente de un niño.

-¿Quieres entrar, Manuel?
-No lo sé, quizás papá no pueda jugar con nosotros.

Alfonso es el primogénito, y el ejemplo que Manuel siempre tuvo cuando crecieron. En la casa de sus padres nunca hubo problemas, siempre hubo amor donde estuviesen, a pesar de que a veces, el tiempo no alcanzaba para jugar.

-Te quiero mucho, hermano.
-Y yo también te quiero, pequeño.

Manuel y su hermano fueron muy unidos mientras la infancia los mantuvo juntos. Siempre fueron a la misma escuela y dormían en una habitación. Compartían sus juguetes y cuando entró la adolescencia, conversaban de la vida e iban juntos a entretenerse. Sus padres los consentían por igual y nunca hubo diferencia alguna para alguno de ellos. Eran casi como gemelos.

Pero no siempre fue así. Hubo un momento en la historia de los Roldán del cual nunca más se habló. Los hermanos jugaban en el jardín como si fuera un día normal, lleno de sonrisas y diversión, pero dentro de la casa, Octavio mantenía una discusión con su esposa Natalia. En un momento de silencio, se oye la voz aguda pero imponente de Octavio gritando a los cuatro vientos:

“Vete de aquí, ingrata”

El ruido asustó a los jóvenes, y una vez dentro de la casa para enterarse de lo que estaba sucediendo, observan a su padre colorado por la furia y a su madre con el maquillaje arruinado a causa de las lágrimas que brotaban de sus ojos. Manuel, al verla destrozada también rompe en llanto y corre a las manos de Alfonso para abrazarlo, quien pasado unos minutos preguntó a su padre, quien se encontraba en su habitación, por lo ocurrido. Octavio se quitó sus anteojos, puso una mano en su hombro y le dijo casi sin voz:

“tu madre me fue desleal, cuando crezcas podrás comprenderlo”.

Alfonso se mete las manos en el bolsillo de su chaqueta gris, mientras de reojo observa a la multitud que camina en sentido contrario. Algunos lo miran, otros lo pasan por alto, como si fuera un ente invisible al ojo humano. Mira a su alrededor y ve cafeterías donde personas pasan el rato en compañía de un café y un muffin, que entonces eran muy populares entre las cafeterías del sector. En un momento el sonido del acordeón vuelve a ocuparse de su mente, más aún no logra descifrar dónde había oído aquella melodía. Se le hacía tan familiar y tan desconocida a la vez. Le recordaba a una persona, cuya silueta borrosa se proyectaba en su cabeza como si de un fantasma se tratase.

Hay algo que invade su mente, lejos de la rutina, lejos de las obligaciones del trabajo, y por sobre todo lejos de su casa. Se alimenta de pensamientos y deshecha emociones. Emociones negativas. De esas que le borran la sonrisa a cualquiera.

De pronto y entre toda la barahúnda que en su mente gobierna, logra recordar otro momento de él y su querido hermano.

(continuará…)

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