Para muchos, el catorce de febrero puede significar un día de máximo amor, donde las parejas tienen un día perfecto e intentan no cometer errores. Para otros, puede ser el triste recuerdo de que no se tiene alguien al lado para disfrutar una fecha tan representativa del amor. Pero para algunos, esto significa una posibilidad de aprovechar y obtener beneficios a costa de un sentimiento, aprovechamiento que al pasar del tiempo ha envenenado el sentido original de este día, a tal punto, que de ésta, sólo queda el nombre.
Un factor interesante aunque no necesariamente imperante de este día, y de lo que hablaré aquí, es el obsequiarle un presente a la pareja. Le damos un objeto simbólico, algo que represente un sentimiento y con él logramos ofrecerle una sonrisa humilde e intensa al ser amado. Aunque, esto también tiene un lado malo: ¿Qué tal si, en vez de regalarle algo que de verdad represente amor, vamos a la tienda o kiosco que nos quede más cerca, compramos el primer globo con forma de corazón y un te amo con una tipografía digna de un diseñador marginal, y se lo entregamos a nuestra pareja sin hacer gesto facial alguno? El resultado a todas luces será distinto, estamos entregando “amor” empaquetado, un objeto que quizás haga pensar que es un obsequio por protocolo u obligación.
Ahora unámosle un corolario a nuestra cuestión. Tenemos nuestro regalito humilde y lleno de amor listo para ser obsequiado. Pero en un momento determinado se nos ocurre hacer un regalo que destaca por el simple motivo de ser un artilugio muy oneroso a ojos de la mayoría. Se lo damos y nuestra pareja lo mira extrañada, pero sin dejar de lado el estupor que produce ver algo de ese tipo frente a nuestros ojos. Y contrario a todas las expectativas de nuestro romeo hipotético, ella lo rechaza. Pero él tampoco le entrega aquel objeto que tenía pensado darle desde que comenzamos a discutir este tema.
Y la incertidumbre que sigue es obvia: en nuestra mente queda la interrogante del qué hubiera pasado si es que ninguna de esas cosas hubieran pasado, y sí le hubiéramos entregado el objeto humilde. ¿No habríamos conseguido obsequiarle también una sonrisa, de aquellas que no se ven todos los días?
El punto es, que a mucha gente se le ha olvidado el sentido original que tenía el día de San Valentín. Ya no es el día en que las parejas se daban un día para ellos, un día perfecto y lleno de amor. Ahora son las cosas superficiales y ostentosas las que priman, o las que parecieran representar una llave para acceder a aquel sentimiento que antaño se ofrecía libremente y sin condiciones. Y el mundo contemporáneo ha hecho su parte en esto, ¿O no es común ver una tienda repleta de artículos representativos de San Valentín?
¿Es que acaso tenemos que representar materialmente algo que es netamente espiritual?