Si pensamos en la escena final de «Más barato por docena» o cualquier película en la que actué Steve Martin, veremos una mesa larga, con mucha comida, la familia alrededor y una navidad perfecta. Yo crecí con esta imagen, la misma de los comerciales Zuko de los 90s en que la mamá llamaba a todos los hijos a tomar jugo y la misma que hoy día se plasma en stickers en las ventanas traseras de los autos.
El problema es que la familia ha cambiado y la navidad nos recuerda precisamente eso: quienes se han ido, quienes están, quienes no quisieron venir y aquellas relaciones familiares que no son precisamente navideñas. Hay una presión explícita para hacer de ese día algo fenomenal pero a veces no están los ánimos (muchas de aquellas ocasiones en que no hay niños cerca). En que simplemente se busca algo más sencillo, a veces no tan preparado, pero sí mucho más pacifico. Al final, ¿tiene sentido? ¿tiene sentido estresarse los días previos, andar gruñon, molesto y que la navidad sea motivo de discusiones? ¿tiene sentido meterse en el comercio a andar chocando con la gente y a gruñirle a un scout para que envuelva rápido un regalo?
Una gran frase que me quedó grabada de un curso fue «la familia no es funcional ni disfuncional, simplemente es». Así que si en está navidad son 2 o 20 en la mesa, hay peleas o no hay regalos (o lo único que hayan sean regalos) o si la comida dista de un menú ideal, démonos un break de este paradigma de la familia feliz en navidad. Disfrutemos de la compañía, hagamos lo posible para que sea un buen rato y si no se puede, quedan otras navidades.
Creo que si se le quita esta presión navideña al 24 de Diciembre, se puede obtener una navidad mucho más real, menos sintética y más de lo que realmente importa: la familia, en el tamaño y de la manera que sea.