Muchos años habían pasado desde la última vez que soñó con esa intersección. Muchos años habían pasado desde que había olvidado aquella guitarra negra con cuerdas de metal. De aquella cantata que salió mal. Cada vez los registros son más escasos y cada vez los recuerdos son más borrosos, pero pareciera ser que una lágrima bastase para limpiar aquellas imágenes de momentos que ya no son.
Todas las noches de insomnio el mismo extracto de aquel poeta, todas las noches de insomnio la misma maldición en silencio. Y es que cuando la mente dispone a sus anchas del único recurso que necesita, de pronto desaparece el límite y explota el tiempo a su total capricho, trayendo a la mente, uno por uno, todas las instantáneas de otros momentos.
Le tomó tiempo también entender cómo las experiencias del presente explicaban algunas cosas del pasado. Recordó con algo de dolor ese artículo que hablaba de las separaciones, sabiendo de los momentos complejos que vivió. Recordó también una de esas noches donde todo salió mal, esa noche que marcó el inicio del fin. Aquella conversación entre lágrimas, ese lamento tan puro del alma al cual no pudo hacer otra cosa más que escuchar y olvidar que el mundo tiene su orden y sus leyes, que en ese instante había algo mucho más importante que cualquier otra cosa y que ese alguien le necesitaba más que nunca.
Y ahí estaba su imagen, nuevamente. Tan clara como la primera vez que derramó una lágrima, tan cristalina que de pronto el tiempo parecía retroceder a otra época, a otro instante tal relato popular, así como si nada de lo que él, tú y yo estamos viviendo fuera verdad. Era un sueño, pero un sueño con el mayor grado de lucidez del que se supiera. Casi como si esas dos realidades estuviesen juntas, como si esas dos realidades nunca se hubieran separado en realidad.
Pero ahora era su realidad. Como si él hubiese estado al otro lado de esa mesa. Ahora sí entendía qué era lo que había pasado. Por fin comprendió por qué tuvo que pasar por ello aquella noche, ahora sí entendía su dolor a medida que se hacía propio por un instante. De pronto estaba todo en el mismo momento: La conversación, las instantáneas, el semáforo, y aquel poema que siempre trae ese retrato consigo, con la incertidumbre de que si al otro lado de la mesa, será él quien aparece en el retrato al otro lado de la mesa.
Repasando la misma historia una y otra vez, cerrando la cortina, pero mirando por una última vez a la ventana, esperando ver si quiera una sola vez más aquella silueta del otro lado. Tal vez las cosas hubieran sido distintas. Tal vez ese no era el momento, quizás el otro tampoco lo era. Tal vez este tampoco lo sea. Tal vez al otro lado suceda lo mismo, tal vez no. Las cosas están bien como están, pero no hay noche de insomnio donde no maldiga a ese poeta. Ya no hay noche desde aquella vez, que no quiera por un momento, ser el protagonista del poema.