A este ritmo de la vida ya está adherida a la retina de la gente el concepto de la fidelidad en una relación amorosa, una regla que debe cumplirse a cabalidad y sin excepciones. Sin reclamos. Es parte de las condiciones de una relación. Si no cumples, no puedes, y no hay espacio para términos medios. Pareciera que ser fiel es una de las grandes reglas de las parejas. Pero de la lealtad nadie habla.
Mejor hablemos de la fidelidad como un dogma más que como una regla. A decir verdad nunca he visto una pareja en la cual el concepto de fidelidad sea vigente. Es algo que se acepta casi automáticamente. ¿Una definición? No la hay, o al menos eso se supone, porque podríamos hablar también de las bases de este dogma como parte que forma un colectivo, cada uno aportando con su grano de arena; los mayores en sus conversaciones padre-hijo, las amistades de adolescencia, pareciera que todo sirve para formar su propio concepto, lo que no está mal, ojo; es natural que algo que no suele ser consultado en una enciclopedia tenga una definición diferente dependiendo de la persona a la cual se le esté consultando, así como la severidad que ésta traiga consigo.
También es a lo que se acepta cuando uno dice «sí» al momento de casarse. Se convierte en una promesa y nuevamente en algo que se cumple a cabalidad. Coloquialmente, ser fiel significa no tener encuentros (llámese esto al todo el espectro que va entre los besos al sexo) con una tercera persona mientras se está en pareja. Y así lo ha aceptado (y adoptado) la gran mayoría de la gente. Quizás algunos sean más liberales en este aspecto, pero no es algo que me interese analizar ahora.
Lealtad. El diccionario lo define como hacer aquello con lo que uno se ha comprometido aun entre circunstancias cambiantes, pero en esencia va mucho más allá de ello. Probablemente estemos hablando del concepto más puro de amor, como muchos podrían afirmarme luego. Aunque no debemos dejar de pensar que esto puede ser amor, u otro tipo de compromiso abstracto. Es el hecho de hacer lo que uno promete. Si bien uno puede ser fiel (y seguir siéndolo hasta el fin de los tiempos), todo rastro de amor o de compromiso pudo haber desaparecido. Si bien no están faltando al deber de la fidelidad, sí lo están haciendo en cuanto a la lealtad refiere.
El punto es que la lealtad no es algo tan descabellado si es que se le mira desde el ángulo apropiado: uno puede ser fiel, pero no leal. Claro, uno podría ser leal pero no fiel, lo que implicaría -en primer lugar- que se violase el dogma autoimpuesto y aceptado. ¿Y entonces de qué sirve ser leal? Quizá no de mucho, aunque la posibilidad no deja de existir. La fidelidad es fácil de conseguir, pero la lealtad no lo es.
La pregunta es: Si bien eres fiel, ¿eres leal? ¿Y es que no se trata todo esto del amor de nada del otro mundo sino de la lealtad?