Vamos por las calles pensando en que quizás, el que está a nuestro lado es un delincuente; vivimos preocupados de nuestras pertenencias, como si en cualquier momento alguien nos despoje de ellas. Lamentablemente nos encontramos inmiscuidos en un modelo social gobernado por el miedo en muchas aristas, uno de ellos caracterizado por el constante temor al amigo de lo ajeno, mas por suerte existen excepciones que logran vencerle, en ocasiones, sin lograr hacer el bien.
La coloquialmente llamada detención ciudadana es un concepto que progresivamente ha tomado protagonismo entre las voces de los transeúntes. Defensores casuales de la justicia y de quienes sufren actos delictuales, que para algunos se convierten en héroes anónimos, y para otros, en el enemigo mortal que trunca su plan. La gente a su alrededor vitorea y aplaude la actitud de quien, por un momento, es el protagonista de la historia. El problema surge cuando los espectadores, se vuelven partícipes.
Bajo la hipótesis de que todos hemos sido víctimas al menos en una oportunidad de un robo o un hurto, la sensación de impotencia e ira se hace presente e indisimulable. Y frente a esto, es normal que se presente también la necesidad de hacer justicia en el menor tiempo posible, con la adrenalina recorriendo nuestro sistema sanguíneo. Inesperadamente, un tercero se percata de esta situación y logra truncar el acto en desarrollo, permitiendo que todos los integrantes se encuentren en un mismo contexto, teniendo la gran posibilidad de que el episodio en cuestión tenga un buen final para la víctima. Pero aquello no termina ahí.
Seguramente habrá personas a la que le bastará con recuperar lo que le ha sido sustraído, aparte de dedicarle alguna selección de proverbios de poca monta; con eso se sentirán satisfechos. Y probablemente la situación concluya ahí, haciendo como que nada ha pasado. Sin embargo hay gente que, sin siquiera ser partícipe directo de la situación, no desperdiciará la oportunidad de descargar ira acumulada contra un sujeto que está en el piso, acusado de delincuente. Pero estas personas ni siquiera saben qué robaron, a quién le robaron ni mucho menos cómo se ha sucedido el contexto, sin embargo sienten el deseo de hacerse partícipes, sin saber que al actuar se convierten en victimarios de un acto tan o más cruel y despiadado que el que ha hecho el ladrón.
Hay cierto tipo de actitudes y acciones que se enmarcan en una vía, que si bien no es del todo pacífica, sí es moral para actuar en caso de que suceda algún acontecimiento similar. Si bien, detener a una persona de forma ciudadana es un acto que puede catalogarse de heroico, es también materia dispuesta para que agentes externos se entrometan en un contexto que no les compete, y cometen actos que salen de toda lógica ética y moral.
Hagamos una pequeña analogía: Supongamos que Sujeto A acusa a Sujeto B de haber robado Objeto X a Sujeto C. Entonces Sujeto D, amigo de Sujeto A, ambos sin saber la realidad del contexto, se desplazan y agreden a Sujeto B, el cual realmente no es delincuente. Sujeto A y Sujeto D creen haber colaborado con la justicia ciudadana, sin saber realmente que, en esta ocasión quienes cometieron una falta fueron ellos.
La justicia ciudadana, si bien logra ser un excelente sistema complementario de reducción de delincuencia, implica también un tema de cuidado. No es extraño ver cómo el agredido se convierte en agresor, y los violentistas finalmente son los mismos ciudadanos que, creyendo que hacen un bien y sin despreciar el castigo que efectivamente merece el delincuente, terminan cometiendo un error y hacen más daño del estrictamente necesario. O de lo que se considere como moralmente sano.