¿Qué quieres ser? Posibles respuestas sería un ingeniero, un médico, un músico, un investigador, un atleta de primer nivel, la primera persona en lograr hacer algo único, un ser querido al representar ideales (impuestos), un padre/madre de una familia ideal, un adinerado ejecutivo posicionado en un acomodado lugar en una famosa empresa. Ahora, volveré a preguntar ¿Que quieres ser? Ahora, responde algo diferente a lo descrito anteriormente ¿No tienes respuestas?
Felicidad en lo inerte
Tenemos un lugar en la sociedad, lugar que nos hemos ganado a costa de nuestros aciertos y errores, astucia, inteligencia, ignorancia y arrogancia. Un lugar del cual nos jactamos cada vez que podemos, del cual a veces muchos quisieran estar, pero pocos pueden salir del hoyo el cual representa estar allí. La presión desarrollada por años de una sociedad urbanizada, con avances impresionantes y comodidades que nunca terminan de satisfacer, llevan a buscar límites cada vez más arriesgados. Nos envolvemos en personas que visten con marcas y diseños de personas muchas veces desconocidas, con mano y tela de países en los cuales ni siquiera estaremos virtualmente. Nos ocultamos tras mascaras de logos y materiales, prácticamente todo ello desechables, y por lo mismo hemos aprendido de las cosas que tienen un valor, que se tienen en el ahora, pero que tienen que ser apreciadas por ojos ciegos. Sobrevaloramos los productos que otras personas tienen y se jactan de ello (y que desprecian al tiempo), y que construyen ideas de la gente con lo que muestran.
Murallas de materialismo es el obstáculo que nos separa de aquello de lo natural de no inerte. Se siembran ideas en la cabeza, ideas que tienen buen color, buen brillo, buen nombre y buena cantidad de dinero impuesta. La trinchera de lo sentimental y lo sobrio cada día parece parece un triunfador absoluto, que se jacta de ello batallando y utilizando las mismas armas que su contrincante, pero un plan malévolo. Evocan felicidad, tristeza, triunfo, excitación, a cambio de la sangre y sudor de gente piensa que el recompensa será para ellos.
Esas mascaras, que al ser despojadas, muestran a personas débiles, carentes de sentido por si mismas, que no tienen valor alguno; diferentes a lo que solían demostrar al estar poseído de estas. Tanto énfasis se le aplica a estas barreras que en la esencia misma se degrada la verdadera personalidad. Deseamos demás, pedimos mucho, y entregamos poco. Decimos que somos grandes, que tenemos mucho para ofrecer, que tenemos al mundo a nuestro pies; y que al final no son más que debilidades ocultadas por años de esfuerzo sin objetivo en concreto. Si se nos quita todo, ¿que tenemos para entregar? ¿aprecio, comprensión, amistad, cariño, compañía? posiblemente quieras eso, pero en cambio lo pedirás, para alimentarte de eso, para volver a sentirte grande con lo ajeno; todo aquello que teníamos realmente para entregar, lo desechamos apasionados por la tecnología y posesiones que alargaban las diferencias entre las personas aparentemente cercanas.
Fines que se convierten en medios
Tomemos uno de los ejemplos de los descritos en el inicio: un ingeniero. Claramente es una profesión que exige un buen desempeño de la persona que toma el cargo, esperan buenos resultados y en recompensa se le entrega una buena remuneración. Volvamos hacia el pasado: para llegar a ello, hay que pasar por una institución que te entregue los conocimientos necesarios, pero no puede ser cualquiera, debe ser una en que vayan las personas más acomodadas, que esté en barrios exclusivos, y que finalmente valga más el hecho de haber egresado de la institución misma que el conocimiento adquirido y la tecnología utilizada y dominada. Más atrás: estar en un liceo cuyas tradiciones se han mantenido a lo largo de las generaciones (supuestamente) y sea apreciada, además de la calidad académica, por el hecho de tener aquel nombre. Todo aquello que supuestamente teníamos en las manos se va al cabo del tiempo, y no vuelve excepto en los recuerdos; una huella que va en nuestra -sub- conciencia, pero no se puede demostrar simplemente siendo mejores personas que antes, tiene que llevarse si insignia o nombre adherido o escrito en algún objeto personal.
También en los padres hacia los hijos, que exigen que tengan un buen titulo, buena pareja, y que practicante tengan la posibilidad se pisotear al que está a lado y que se sienta superior simplemente por las cosas que puede mostrar, pero ¿a costa de qué? de la frustración de los estos, de una vida incompleta, vacía, de la cual no han aprendido nada relevante más que estar a diestras de personas manipuladoras y avarientas – y obviamente egoístas -. Todo estos errores se transmiten a los hijos de un u otro modo, porque a nadie le gusta tener el pasto menos verde que del vecino. Ningún padre quisiera pensar que son menos que el hijo de otro; cada hijo es un proyecto que se lleva al antojo del progenitor y que se debe llevar a cabo al pie de la letra; ningún aspecto se puede salir de control, porque eso destrozaría la fortaleza que ha construido a costa de su hijo – y no «por el futuro del hijo». Ningún plan que después resulte en distancia y superioridad ante el resto debe fallar, porque de ser así, el sufrimiento que destruirá el padre arrastrará al hijo al los mimos errores, una y otra vez. Un circulo vicioso del cual la «oferta del día» ni la tarjeta de crédito los podrá sacar.
Así mismo pasa con los puestos de trabajo, el dinero, e incluso las personas: amigos, hermanos, tíos, hijos. Depositamos tiempo en ellos, saboreamos los logros y superioridad en estos – ya que uno no los puede tener -, y ponemos superficialidades que se convierten en diferencias y que se alejan se lo interno que son los sentimientos.
No solo se han construido edificios, vehículos, sistemas de seguridad y armamento – que inicialmente nos protegían de nuestras debilidades físicas, y que ahora protegen las psicológicas -, sino que también estereotipos y estándares de personas, sobre una selva, en la cual el que maneja mejor los puntos débiles de los frustrados, podrá llegar más lejos.
Débil, pero sincero y autentico
Vuelvo a hacer la pregunta. ¿Que quieres ser? despojando todo lo anterior, creo que la respuestas deberían ser simples: una persona feliz, autentica, simple, que pueda dar amor tanto o más del que entrega, que ve sobre las murallas y que aprecia en los detalles insignificantes la belleza de ser imperfectos, únicos y humanos. Ser una persona que no pida nada más allá de lo que sus manos puedan construir y que pida aquello que podrá devolver sabiendo que es lo mejor y más sincero que esta persona podrá entregar desinteresadamente.
Digo esto una una razón muy simple: los sentimientos son las únicas cosas por si mismas que son capaces de ser fines. La satisfacción de acompañar a alguien y dotarle de una simple y sincera sonrisa; o de estar presentes en las partes importantes de la vida del hijo, o de las cosas que parecen insignificantes pero que arrastran cada día en cada viaje; en la amistad que mantiene a través de los años por la sinceridad y dedicaciones que se da con sentimientos y palabras de confesión y apoyo. Incluso en los momentos de haber tenido estos triunfos que son ladrillos en la muralla: el ascender en la empresa, en conseguir un mejor – o el primer – vehículo, o ganarle a un contrincante y saborear su derrota. Ejemplos crueles, pero de los cuales, se recuerdan los sentimientos de satisfacción, felicidad y superioridad que se vivieron; sentimientos falsos, temporales y poco sinceros, que se desprecian al cabo del tiempo, porque la muralla aun no es suficientemente alta para ocultar la falencias del resto de emociones que no pueden ser satisfechas.
Ante todo somos humanos. Del polvo venimos y del polvo seremos. No hay que darles más vueltas: hay que aceptan que somos personas débiles, necesitadas de compañía y compresión, que necesitamos entender todo, y dominarlo si fuese necesario, pero que aun así teniendo la verdad absoluta somos tan grandes y completos como el que está al lado para pisotearlo y arrebatarle la humilde humanidad que ha llevado desde que salio del útero de la madre.