A mi corta edad, no he pensado en formar una familia; es más, no pienso tener hijos, quizás si adoptados, pero en un tiempo muy lejano. El asunto es que no me gusta la forma en que he formado mi personalidad. Sí, puede ser que aun estoy muy joven para pensar en esas cosas, pero es algo que me estado planteando varias veces.
Antes de continuar…
Nota del autor: Este texto lo escribí hace unos 6 meses aproximadamente. El tiempo ha pasado, y ha sido suficiente para cambiar algunas cosas que menciono a continuación, las cuales escribiré con cursiva. A pesar de todo, no me arrepiento de lo que he acumulado en algún lugar virtual; por lo mismo lo transcribo a ustedes, de modo que el tiempo y orgullo no se lleve mis propias palabras a pesar del momento que vivo ahora, ya que podría volverme a encontrar en una situación así -o peor quizás-.
Seremos lo que odiamos. Es una ironía, pero es la realidad. Es solo mirar lo que son nuestros padres y rescatar la peor parte de su personalidad, que de un u otro modo se hereda a los hijos, y que suele pasar de generación en generación, como un mito que se gesta en la adolescencia y se expresa en la adultez. No tengo manera de ver el futuro, pero intuyo que mi forma de actuar se va a asimilar a la de mi padre: machista, autoritario, orgulloso, dominante -en verdad machista engloba todo eso, pero es para expresar lo peor que se desprende de lo primero-. No es alguien por el que sienta admiración a decir verdad, así que no es un ejemplo a seguir. Mi madre es diferente: preocupada, dedicada, decidida, sensible, aun que a ratos un poco histérica, aunque últimamente demasiado «sobreprotectora»; es posible que sea una inspiración a como deba criar a mis posibles hijos, pero en el rol de padre.
Puede quizás que sea el quiebre y forma yo mismo una nueva estirpe de personalidades; no lo se. De todos modos es una gran responsabilidad que debería tomar, pero a una edad prudente. Primero que todo debo encontrar pareja y tener un hogar fijo, por muy chico que sea, pero propio.
Esto de pensar en mi futuro es extraño y a la vez inútil, siendo que mi presente es algo turbio.
Acabo de recordar una carta que le escribí a mi mamá, cuando era pequeño, que me mostró hace poco. No sabía de la existencia, menos de su contenido. Le decía que quería conocer la nieve, que la quería, y le pedía que le digiera a mi padre que me dejara de pegar. No yo recordaba que en su momento llegué a tener tanta honestidad con ellos. Era muy simple pero muy directa la carta. Recuerdo cuando hacia enojar a mi viejo y este me amenazaba con tirarme a la ducha con agua helada, con ropa y todo. Era un miedoso. Quizás no me daba miedo el hecho que me metiera a la ducha, era el modo con que la hacia: tanta rabia acumulada en un solo instante, me intimidaba. Lo peor no fue era ese miedo que le tenia, sino que nunca lo compensó con amor propio e interés; nunca se arrepintió de los métodos que ocupaba para hacerme tranquilizar; siempre algo material, nunca sentimental, siempre frío. Es el maldito legado que espero no heredar a mis posibles hijos.
Quería un hermano; un amigo que ver como hermano, sentirlo, admirarlo, abrazarlo. Quizás eso del amor que debería corresponderme consiste en encontrar a ese hermano que nunca tuve. Sin embargo, hoy por hoy estoy con alguien al cual espero considerar como la persona con que siempre quise estar; y deseo afirmarlo com el mismo ímpetu por muchos años más. Me siento capaz -en su futuro momento- de formar una familia con él; contra viento y marea, aunque la sociedad nos apunte con el dedo por ser quienes somos, o no parezcamos la pareja ideal; pienso que esas adversidades harán que heredemos una visión del mundo en que siempre hay mirar hacia adelante, y aferrase a que o quien más se ama, sin perder la identidad. No quisiera perderlo, y viceversa, por lo que el anhelo de compañía es mutuo, y va más allá de lo carnal: confianza, sinceridad y objetividad en cada una de las confesiones son los pilares con que estoy construyendo esta relación. Soy feliz, y eso no lo niego. Soy feliz porque estamos juntos y porque me he entregado a alguien de sin dejar de ser quien soy. Y lo más importante: seré feliz si tu eres feliz.
Ahora que no hay nadie por quien soñar -más bien, no hubo; aun que la distancia pareciera que nada ha cambiado- se siente todo tan vacío. Nada tiene emoción, nada tiene vida, nada tiene sentido. Es cíclico, es estúpido, es humano ¿O no lo es? Tanta gente, tantas variables de personalidades, tantas historias que cada uno podría contar. Esta es la mía. Espero, por lo pronto, leer la de alguien más, quizás no en un libro, sino en una voz, en la mirada, en como mueve las manos; cada acción no expresa en si algo explicito: hay algo que hay que conocer, un idioma propio que solamente la confianza podría decodificar; y allí se cuenta otra historia, más personal, más interna, más sincera. Hay que tener odios para escucharlos, ojos para verlos, y mente para apreciarlos.