Vacío del primer mundo

Rodeados de luces, sonidos y otras personas, hemos perdido cierta orientación, y nos olvidamos del verdadero precio de la vida, pues ésta, de seguro, ha adquirido uno.

Ejércitos deambulando por las calles, almas sin una llama alumbrándoles, sin un calor interno, caminantes por defecto y no por la suerte o por el deseo. La enfermedad que nos ataca, consiste en una extraña mezcla de infinitos fracasos y vacíos emocionales. Resulta que muchos ya no tienen motivos por los cuales pelear… el refrigerador ofrece comida suficiente, el agua caliente al parecer no se acaba… ¿Quieres esto?, ¿Quieres lo otro?… Mientras planeas frecuentar diversiones en la calle siguiente, todo, pero absolutamente todo, es de alguna u otra forma alcanzable en el lugar en donde nos encontramos.

Las facilidades que, sin pensarlo, se encuentran para todo, hacen de la vida un cuadro, algo monótono y demasiado comprensible. Hemos llegado a un punto en que la mayoría tiene la misma especie de proyecciones hacia el futuro, algo así como una cadena, una marca que todos llevan, una «suerte» de código de barras tatuado en la piel. Todo está dicho, está todo al alcance, obtenerlo, depende de la cantidad de motivación disponible en cada individuo.

El sueño de ser astronauta, futbolista, bombero, y un sin número de alternativas válidas para una infancia, se han muerto, en el momento en que comienza a importar la cantidad de dinero que recibirás, el campo y estabilidad laboral. Dichos sueños se han transformado en la seria elección de vida, y no muchos se atreven a seguir con los anhelos que tenían desde un principio.

«(…) voy a ser igual que vosotros. El trabajo, la familia, el televisor grande que te cagas, la lavadora, el coche, el equipo de compact disc y el abrelatas eléctrico, buena salud, colesterol bajo, seguro dental, hipoteca, piso piloto, ropa deportiva, traje de marca, bricolage, tele-concursos, comida basura, niños, paseos por el parque, jornada de nueve a cinco, jugar bien al golf, lavar el coche, jerseys elegantes, navidades en familia, planes de pensiones (…)». Esta conocida frase de la película Trainspotting, refleja un poco nuestra concepción actual de vida normal y «feliz».

Los ultra revolucionarios, luego se vuelven parte de la masa. Ya no desean cambiar nada, y se sentarán en un escritorio a hacer lo que siempre odiaron. Como todo es lo mismo, y como muchas cabezas se encuentran disponibles para hacer algo semejante, comienza la competencia, y la decadencia se hace notar con mas fuerza, ley de la supervivencia del mas fuerte, y demases.

Nadie tomará una iniciativa, nadie se pondrá a pensar en como reordenar los hilos de una modalidad con aroma a descomposición.

Con todo hecho, con todo a la mano, en nuestros supuestamente organizados países, no sería raro ver caras sin expresiones, frente a un Nintendo Wii. Por otro lado, en las naciones mas modestas, una cámara fotográfica en las manos de un forastero, parece alegrar a los niños, que, olvidándose momentáneamente del hambre, la violencia, la sed y la incertidumbre de no saber como será el mañana, se muestran agradecidos de aparecer en una fotografía. Seguramente aquellos niños tienen algo por lo cual dejar sangre en la batalla, tienen deseos reales de mejorar alguna situación, en un lugar donde lamentablemente no tienen los recursos para hacerlo, pero si quizás unas ganas envidiables para cualquier occidental con complejo primermundista.

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