Decisiones

Decir «sí», decir «no», es difícil cuando se tiende a vivir de la corriente y realizar todo porque es aparentemente correcto. Vemos como el mundo aparenta ser feliz y tiene lo que uno no posee, sea material o no – predominantemente el primer tipo -. Trabajos que no satisfacen, relaciones que no llenan, amistades que se secan, y una cuidad que de acogedora solo tiene su compleja publicidad, mostrando realidades distantes, falsas. Tomar las riendas de una vida (que no se hace propia) parece lejano: deudas, favores, trabajo, posiciones sociales, apariencias, deudas, expectativas, rivalidades, mensajes persuasivos, y más deudas.

Como mencionaba anteriormente Ignacio Trujillo («La desconexión«), cada vez la sociedad – principalmente las nuevas generaciones – se vuelven más dependientes de la nuevas tecnologías y olvidan lo que realmente los mueve, en desmedro del contacto físico.

«El bolígrafo de gel verde»

«Cuántas personas están en lugares equivocados, con aptitudes sin explotar, con patanes alrededor que no son capaces de detectar esas habilidades. Allí estaba, pensaba yo, mientras en la tele hay creativos que siguen utilizando el «le cambio su detergente por dos de los míos…».»

«El bolígrafo de gel verde» por Eloy Moreno

Aquel libro, escrito por Eloy Moreno, refleja fielmente la triste realidad en que la gente de cuidad de envuelve a diario. La aburrida rutina de ir de casa a oficina prácticamente todo el año, dejando pasar los fin de semana por nada, obviando el hecho de que el mundo en que giramos está bien, al igual que uno. Pero todo lo establecido en nuestra mente se trunca por el simple hecho de cambiar en una pequeña decisión, en la base de que querer pensar desde si mismo hacia lo demás (y no al revés). Finalmente las cosas cambian y nos damos cuenta que detrás de las facetas de trajes formales, puestos de trabajo bien remunerados y exitosas empresas se esconden miedos y esperanzas que se ahogan y marchitan al sabor de un café amargo y solitario. Sufrimientos, desesperanzas que afloran cuando se descubre que todo error empezó por uno, y que finalmente necesitan el abrigo de una persona, de un cálido, dulce y sincero abrazo – y un café más azucarado.

«Es tan previsible, tan aburrido, tan exiguo de entendederas… Su vestir es correcto hasta el hastío, aburrido e inalterable. Suele estrenar continuamente polos de ésos con la lagartija en el pecho —confeccionados en Taiwán, Sri Lanka o China—. Ropa que cuesta mucho menos del valor que le dan al ponerle la marca. Marcas necesarias, sin duda, al menos para separar estratos, para que el de arriba se sienta más arriba, pensando que el de abajo está aún más abajo. Gente rica —sólo hablo de dinero— que necesita gente pobre para poder disfrutar de su riqueza.»

Ver la realidad desde el lado del desafortunado, permite analizar fríamente porque estamos parados ahora. Pero por otro lado permite aprovechar las cosas que tenemos alrededor; como personas con poco dinero, hay que pensar en las personas, que no requieren dinero para sentirse enriquecido con ellas. Nos posiciona en un estado más básico, pero no por ello menos abundante de felicidad y cobijo; un estado que el mundo contemporáneo ha garabateado con argumentos que te gritan a todo color y seducen con figuras estilizadas y perfectas, y que nos obligan a adquirirlas a costa de hipotecar una de las cosa más preciadas que tenemos como seres pensantes: libre albedrío.

Paz

La R.A.E. define decisión como «determinación, resolución que se toma o se da en una cosa dudosa». Tomar una decisión no se hace porque sí, sino por un objetivo que se quiere concretar, y que para ello hay que tener la determinación necesaria para conectar el ahora con el hacer. Como objetivo, ya tenga como fin el bien o el mal, es para nuestro bienestar, o lo que estimamos que sea mejor para uno y para el mundo que nos rodea. Sin embargo expone otro significado: «Firmeza de carácter». Tomar las riendas del destino y elegir, no porque se presenta fortuitamente la oportunidad, sino porque simplemente no se puede influenciar y dejar que se tomen acciones de forma externa a la persona. Y cuando se acata una opción simplemente no se deja acertada, sino que con la misma firmeza con que se toma el camino, se concreta, y sin soltar la opinión jamás, incluso después de haber cumplido el objetivo – luego vendría la pregunta «¿por qué lo hice?».

Alejarse de los prejuicios, abrirse al mundo, pero siempre con precaución. Hay pasos que se toman que son dolorosos en si mismo, pero el fruto es más dulce; o caminos más fáciles y recompensas que dolerán al tiempo. Lo importante es estar alerta en el momento que algo no parece adecuado, cómodo o es dañino. Sería ilógico tomar una decisión sabiendo de que el resultado inminentemente será perjudicial para uno. Aminorar los daños (en caso de que los haya) es importante en el caso de ir con firmeza, ya que en todo momento uno mismo se es responsable de los actos cometidos (y los que no).

A final de cuentas, los caminos que tomamos tienen todos por objetivo estar satisfecho con uno mismo; no así estar en paz. El tener un objetivo y correr a él como caballo de carreras, aplastando a todos no es lo más coherente en el sentido de que si se tuvo el tiempo suficiente para plantearse una meta, porque no tener tiempo para plantearse como llegar a ella con las menores repercusiones posibles. Aspirar a lo material, a lo superior, aplastar al que está al lado simplemente porque es débil, seducirse por caminos fáciles y que comprometen olvidarse de que la cultura solo aspira a que seamos unos objetos generadores de dinero para unas minorías desconocidas, olvidarse de los orígenes, olvidarse de que existe el amor – el verdadero amor, ese que no deja de lado a alguien simplemente porque se volvió viejo/obsoleto, desagradable, indeseable, desconocido; ese que abraza pidiendo que se devuelva tal gesto con la misma pasión y cariño; ese amor que no sale del corazón, sino que también del cerebro, y que se recuerda hasta la muerte -, olvidar que somos humanos pensantes, sociables y libres.

No solo gritarlo a la cara de otro puede ser desconsiderado, también callarlo e ir escabullido como ermitaño no es bueno. Puede pasar que a medio camino algo falle y todo plan se vaya a la mierda. Ahí debe estar el apoyo del amigo, pareja, familia, o alguien de confianza que, si no puede levantarnos, cure las heridas provocadas por el golpe, para continuar sin dolores.

Como el «efecto mariposa», cada acción repercute no solo en nuestro mundo, sino que en todo el entorno. Decir «sí» conlleva una infinidad de sucesos que pasan sin control. No somos dueños del tiempo, ni de las acciones del entorno. Conscientes de que lo dicho y hecho no se puede borrar, de que el daño hecho no se puede reparar, de que el amor entregado no se puede despreciar. Nada se compra. Nada es seguro, ni siquiera la vida. Solo estamos seguro de que la muerte es indiferente a todo. Andar con precaución y responsabilidad, emprender el vuelo sabiendo de que si se cae, puede doler, y no solo a uno.

La recompensa no solo debe ser riqueza, sino que paz. No aspirar a un trabajo que consume a la persona y que tiene que esperar hasta la muerte para tener la paz. La tranquilidad tiene que estar presente día a día. La compañía de un ser querido, compartir momentos felices, superar la tristeza y agonía. Tomar una decisión debe ser tan considerado como jugar a la ruleta rusa: alguien puede morir en el intento, y el resto sufre por ello.

Carpe diem (aprovecha el día). Decide ser libre, pero sin coartar la libertad de los demás.

Cogito, ergo sum (pienso, luego existo). Pero cuidado por donde pisas.

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