“… Pienso que eran conscientes, aunque no se lo dijeran a sí mismas, de que cumplían una labor noble en la que podían ser las mejores, una labor que, sólo en apariencia, era subalterna, material o bajamente utilitaria. Sabían bien que, más allá de todas las humillaciones sufridas, no por sí mismas sino por su condición de mujeres, cuando los hombres volvían a la casa y se sentaban en la mesa, entonces iniciaba su reinado, el de ellas. Y no se trataba del control sobre ‘la economía interior’, en la cual, soberanas como eran, podrían vengarse del poder que los hombres tenían en ‘el exterior’. Más allá de todo eso, sabían que llevaban a cabo proezas que llegaban directamente al corazón y al cuerpo de los hombres y les conferían a los ojos de éstos más grandeza que la que ellas mismas otorgaban a las intrigas del poder o del dinero o a los argumentos de la fuerza social. Ellas tenían a sus hombres sujetos no por las cuerdas de la administración doméstica, ni por los hijos, ni por la respetabilidad o la cama siquiera, sino por las papilas, y con tanta firmeza como si los tuvieran en una jaula en la que se hubieran precipitados ellos mismos.”
– Rapsodia Gourmet de Muriel Barbery
Hace unos meses me enteré de un episodio en mi familia el cual me sorprendió gratamente: la familia de mi abuela por el lado materno consistía en 14 hijos, como sólo puede pasar en el campo. Cuando la hermana menor de la familia egresó del colegio recibió la siguiente orden «tú te quedas en el hogar, cuidarás de tus padres cuando sean ancianos y no estudiarás.» Mi abuela, siendo de las hijas mayores, reaccionó enfrentándose a mi bisabuelo. Le dijo que su hermana debía estudiar, que ella se iba a encargar que entrara a la Universidad y de los gastos que significara eso. Así fue. Mi abuela tenía carácter, a veces demasiado.
Es innegable que en la sociedad que vivimos hoy a muchas desigualdades en cuanto al género, desde lo obvio como es las diferencias de sueldo, hasta el acoso mediático que recibe la mujer ante un video sexual difundido en internet. Sin embargo veo en Chile un fuerte matriarcado invisible que sostiene el patriarcado que tanto se crítica. Pienso en mi familia, la de mis amigos, en lo que se ve en las calles y en la televisión. En Ana López de Los 80’s y en muchas abuelas, madres y tías que han ido forjando la historia de sus familias. Dirigiendo, controlando y dictaminando desde lo doméstico, hasta la educación de sus hijos y las reglas del hogar.
Si bien se habla que se ha limitado el rol de la mujer a la casa y del hombre a ser proveedor, creo que hay que analizar a este modelo. Como si el rol de proveer fuera fundamental en cuanto al curso de una familia, al final del día se puede proveer sin ni siquiera ser partícipe del grupo familiar. Se puede tranquílamente hablar de un ensalzamiento falso de la figura del patriarca, en la cual se le ve como un hombre solo y ajeno a los afectos de la familia. Limitado a una labor monótona.
Veía hoy en una clase dedicada a la identidad de género como son las mismas mujeres que fueron legitimando el rol que les imponía en la sociedad, al final es la madre quien enseña a cada hija a tener los modales propios de ser mujer y que le pone un vestido cuando es pequeña (aunque lo lógico sean pantalones para que pueda correr). Detrás de un hombre machista se puede encontrar una madre -y naturalmente un padre- que lo crío como tal y legitimó sus conductas.
Al final del día ningún sentido tiene quemar un sostén en la calle, porque en las mismas mujeres recae un porcentaje de culpa del machismo de hoy. El mundo no se divide en ellos versus nosotras, ni mucho menos en machistas y feministas. El «mujer, rompe el silencio» no es broma, es precisamente en ellas el gestor de cambio que se pueda observar en la sociedad.
Tampoco se puede caer en el cliché de la mujer empoderada del siglo XXI, la que toma su sexualidad y la exacerba al punto que se hace poco creíble, la que dice no necesitar un hombre y cae en el no necesitar a nadie. Es caer en el mismo círculo vicioso de un matriarcado subyacente que termina sosteniendo al patriarcado.
Hay que despojarse de cualquier cliché y estereotipo, impuesto por tradición o por ser contraria a esta. Quízas ahí podamos hablar de una sociedad realmente igualitaria, en que los roles vayan variando en armonía. Pero primero hay que saber conducirse con lo impuesto para poder cambiarlo.