La novela que me inspiró a escribir

Harriet the Spy de Louise Fitzhugh. En primera instancia, conocí esta novela a través de la adaptación al cine que hizo Nickelodeon en el 96′. Vi esta película en el año 2003 y ocho años después, leí la novela por completo.

La película basada en la novela marcó mi infancia y parte de mi vida. Propició mi gusto por la escritura , realzó mi naturaleza curiosa y mi interés por querer saberlo todo. A veces pienso que si no hubiese encontrado en el mundo de la informática, mi pasión, hubiese preferido ser un escritor a tiempo completo.

Hace aproximadamente un año leí completamente la novela. Realmente disfruté mucho el libro y descubrí ciertas cosas que no estaban claras en la película. Con respecto a eso, admiro a los productores y a los guionistas, pues supieron expresar y adaptar todas las mociones que se aprecian en la obra original.

La historia en el libro, en mi perspectiva de adulto joven, es hilarante y deja dudas del por qué el rol protagónico es mal visto en función de un oficio, en este caso, el de un espía. No estoy seguro de qué opinión me hubiese gestado si hubiese leído la novela en el año 2003. De lo que sí estoy seguro es que aprendí dos cosas: (1) cuando sea necesario, una mentira blanca puede servir; y (2) aprender a disimular estas mentiras.

Una de mis conclusiones al leer la novela fue justamente hacer una comparación entre lo ficticio y lo verídico de mi realidad. En retrospectiva, desde que tengo memoria me ha llamado la atención tener un cuaderno y un lápiz al alcance para plasmar aleatoriamente desde el más ridículo, trivial e innecesario pensamiento, hasta ciertas reflexiones que a mi juicio, son de alto calibre analítico.

El día 28 de noviembre del año 98′, mi mamá me regaló mi primer agenda. Tenía 5 años y lo consideré como un juguete más. La llevaba a todas partes junto a un estuche con lápices de colores. Al final, la agenda estaba repleta de dibujos.

En el 99′, tuve otra agenda. También fue rellena con dibujos y además, hacía bosquejos de proyectos que se me ocurrían (como crear una consola alternativa al Nintendo 64 que tenía, hacer que mi dormitorio tuviese escondites, tener un laboratorio de experimentos varios debajo de mi cama, etc). También mis habilidades de negociante brotaban. Vivía en un condómino de departamentos y entre mis cuatro amigos, era el único con la consola de Nintendo. Decidí cobrar por jugar sin mi. Comprenderán que tenía 6 años y mi lógica de negocios no existía, por ende, nunca cobré.

En el 2000, la nueva agenda traía una característica especial: libreta de contactos. Como parte de la emoción del momento, comencé a pedirle los números de teléfono a todos los que vivían en mi condominio. Llegué a tener 43 contactos, incluyendo al perro de un amigo. Estas libretas propiciaron mi gusto por el orden y la buena presentación de mis contactos que actualmente uso en mis libretas digitales y la de mi teléfono celular.

En el 2001, la nueva agenda traía una libreta de contactos con esteroides: una nueva columna para ingresar un correo electrónico. En ese momento, sólo conocía al correo electrónico por su funcionalidad, mandar mensajes, por lo cual esta agenda me motivó a crear uno.

En el 2002, mi agenda tuvo mucha acción. Ese año me mudé a Colchagua y creé una especie de bitácora del recorrido. Anoté cosas puntuales sobre cómo era la nueva casa y el dantesco cambio que había tenido que hacer, como dejar a mis primeros mejores amigos, dejar un excelente colegio y compañeros, dejar a una de las personas más importantes de mi vida y dejar toda una vida hecha en Santiago.

En el 2003, mi agenda no tuvo mucho acción hasta que el día 7 de agosto vi la película. Desde ese momento, mi concepto de «diario de vida» cambio totalmente y me propuse escribir todo lo que vivía, para así recordarlo siempre. Y no me refiero a esa basura de «Querido diario…» ni nada por el estilo.

Han pasado los años, tengo 18 y el objetivo no ha cambiado, y algo que casi nadie sabía es que lo sigo haciendo. Sigo teniendo una agenda nueva cada año, en donde escribo cosas que pasan en mi vida, cosas que veo, cosas que presiento, entre otros. Hay datos que también me gusta conservar, como las fechas importantes y bitácoras de viajes.

Es como un gran blog, con cientos de artículos, a excepción de quizás un poco más de sinceridad. Suelo ser algo más sincero relatando en mi agenda ya que ahí no tengo limites ni estoy condicionado a un público general. Es solo mi historia y yo.

¿Seguir escribiendo en papel? Quizás a estas alturas suene anticuado, pero así lo prefiero, por lo menos escribiendo esas cosas. Aunque me gusta escribir en computador, porque es rápido, eficiente y fácil de editar… hay cosas que no deberían editarse, porque de lo contrario no hay historia que contar en las palabras ni puedes ver el proceso.

Me emociona saber que todo lo que he escrito – o dibujado – desde 1998 está archivado, y cuando mi ciclo de vida esté llegando a su fin (espero que en muchos años más) seré capaz de recordarlo todo y por qué no, perpetuar mi historia de vida.

Cada persona en el mundo tiene una historia de vida diferente. No importa si fuiste de un extremo u otro en la escala de liderazgo, riqueza, poder, etc. La historia que uno se cuenta a si mismo es lo que vale, más aún si eres capaz de recordar cómo fue toda tu vida en tus últimos días. Eso es algo que a mi me gratifica.

Esta novela de Louise Fitzhugh marcó desde mi infancia el sentido que le doy a las cosas y el cómo las quiero recordar por el resto de mi vida.

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