¿Qué tenemos para ofrecer?

Hay muchos deseos por los que se pueden aspirar en este mundo mayormente materialista. Tecnología, diseño, tendencia, moda. Todo para superar estándares que se creían superados. Pero por mucho que evolucionen, siempre hay una brecha que no se puede sortear, porque, por mucho que tengamos ¿qué tenemos para ofrecer?

No somos perfectos; quizás los seres vivos parecemos una máquina perfecta ya que vivimos en un perfecto ecosistema que está en equilibrio. Pero nada es eterno, todo es perenne, todo fallece y en algún punto todo equilibrio se quiebra. Las sociedades, las culturas, las emociones, el temperamento, el instante. Pero por algún motivo u otro todo parece tener un rumbo definido, perfecto, que parece que el mayor de los dolores no es más que una instancia por la cual hay que saborear a pesar de lo agrio que puede resultar, porque sin ello no se podrá saborear la vida en sí.

Es que no podemos tener todo, no podemos serlo todo. Líderes, reyes, íconos. Estamos en una sociedad de escalas en donde los individuos de un escaño sólo pueden subir de nivel burlando a las negligencias que impone la cultura y haciendo trampas en las suposiciones. Pero es un juego, con reglas, que seguimos y burlamos, y que otras personas siguen y juegan con nosotros. De jugadores nos convertimos en el juego mismo y ya resulta difícil identificar en que punto hemos perdido la identidad para parecer, más bien, peones de un ajedrez en que todos, al fin de la vida, son derrotados.

Llegamos desnudos al mundo, sólo con los instintos esenciales, y de paso, mucho miedo. Haber sido expulsado de la seguridad del vientre materno al frío mundo real; es un paso en el cual, lamentablemente, no tenemos conciencia para recordar cada día el esfuerzo que supone haber sido forzado a sufrir ante tal magno cambio.

Terminamos olvidando todo, o bien idealizándolo, interpretándolo como mejor nos acomode. Las memorias que otrora eran lúcidas, hoy son nebulosas que las redes del «tal vez» o «recuerdo» atrapan de vez en cuando y sólo rescata aquello que nos impresionó, aquello que pareció importante o impactante. Los momentos se graban como imágenes grises que llenamos de color de una paleta de sentimientos, que se degradan entre superficialidades y prejuicios.

En el ocaso de nuestra existencia, solo imágenes de nuestras etapas pasan por la mente. Aquellas emociones que más nos agitaron y que lamentamos no poder sentir nunca más. Hoy. Vivimos el hoy. Regocijarnos por el pasado, añorando un mejor futuro. Que has dicho; que haz pedido; que haz cumplido; a quien haz mirado o saludado. ¿Han sido suficientes todos aquellos actos para que el día de mañana esa persona te recuerde como un tesoro único?

Más allá de las palabras – que nos cuestan casi nada -, hay intenciones y deseos. ¿Qué tenemos para ofrecer? Honestidad, identidad, personalidad. Crear ese enlace con la voz, simplemente. Darle a entender a la otra persona que no son ideas al aire, sino que tienen un objetivo, y que están planteadas con argumentos que no muchos lograrán entender. Los anhelos parecieran no ser una excusa válida para saltar al vacío, pero si somos responsables de cada uno de nuestros pasos, independiente que si son dados en la tierra o en el aire, nos hacen ser mejor preciados. Nada es en vano si es hecho con pasión, si se dice desde el corazón, sin importar el filtro ingrato de la razón. No tantear las posibilidades y respuestas; el tiempo sigue siendo tiempo por mucho que se le dé. El mundo avanza igual y seguimos envejeciendo.

Actuar. El momento es ahora.

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